domingo, 23 de agosto de 2015

CAMILA O'GORMAN, AMOR PROHIBIDO

GRANDES PASIONES ARGENTINAS

El era un sacerdote. Ella, una niña de sociedad.
La iglesia del Socorro fue el escenario del despertar de este amor desgraciado.
Por los años 1847-1848, plena época rosista, el lugar era un tranquilo barrio de quintas arboladas.
En las cercanías vivía la familia O'Gorman. Entre sus seis hijos se distinguía Camila.
Esta joven de unos veinte años era,"muy hermosa de cara y de cuerpo, muy blanca, graciosa y hábil, pues tocaba el piano y cantaba embelesando a los que la oían".
El padre Ladislao había llegado unos años antes desde Tucumán. Era un joven "de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y simpático". Venía a Buenos Aires para seguir la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote a los 24 años, fue designado párroco en la iglesia del Socorro. Pronto reparó en la joven alta, de pelo castaño y expresivos ojos oscuros, de andar elegante y graciosa. No tuvo que esperar mucho para que se la presentaran: era hermana de Eduardo O'Gorman, compañero en la carrera sacerdotal
Camila era bastante devota. Iba con frecuencia a misa Poco a poco se hicieron amigos
Entre ellos se impuso el misterio del amor. Desde que ella hacía su aparición en la iglesia, sentándose con gracia en la alfombra que extendía su sirviente, sólo podía dirigirse a ella.
Camila no podía imaginarse la vida sin él. Decidieron fugarse para cristalizar su amor. Si la sociedad no permitía que se unieran ante el mundo, se unirían ante Dios.
Empezaron a concebir la idea de huir de Buenos Aires y cambiar de identidad.. Irían a Luján, de allí pasarían a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
El destino final sería Río de Janeiro.
Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesero, los amantes tuvieron su momento de felicidad.
Mientras tanto en Buenos Aires, pasados diez días, el padre de Camila denunció el hecho al Gobernador como "el acto más atroz y nunca oído en el país", mientras el obispo Medrano pedía que "en cualquier punto que los encuentren a estos miserables, desgraciados infelices, sean aprehendidos y traídos, para que, procediendo en justicia, sean reprendidos por tan enorme y escandaloso procedimiento".
A Rosas lo tenían sin cuidado los amancebamientos de los curas. Lo que no toleraba era una falta de obediencia hacia su persona.
Los enamorados al llegar a Goya, Corrientes, con una nueva identidad, se tomaron un respiro para prepararse para la última etapa de su fuga: Brasil. Para ganarse la vida abrieron una escuela, la primera que existió en esa pequeña ciudad.
Vivieron cuatro meses de felicidad hasta que Ladislao fue reconocido por un sacerdote irlandés que los denunció.
Fueron encarcelados e incomunicados.
Rosas ordenó que fueran trasladados a Santos Lugares, la más temida prisión del régimen. Estaban incomunicados entre ellos  y con los demás.
Las declaraciones de Camila no hacían sino corroborar su posición subversiva: no estaban arrepentidos, sino "satisfechos a los ojos de la Providencia" y no consideraban criminal su conducta "por estar su conciencia tranquila".
Rosas ordenó la ejecución de los reos sin dar a lugar apelación ni defensa. Sólo se les otorgaba unos instantes para confesarse. Fue entonces cuando Reyes, máxima autoridad de la prisión, mandó un despacho urgente avisando el estado de preñez de la joven, avalado por el médico del lugar.
Nada de ésto importó al Gobernador, que se mantuvo firme en su decisión de ejecutarlos.
Ladislao, a través de un guardia, le hizo llegar a Camila un mensaje: "Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra, unidos, nos uniremos en el cielo, ante Dios. Te abraza, tu Ladislao".
Sentaron a cada uno de ellos en una silla, cargada por cuatro hombres a través de dos largos palos. Les vendaron los ojos y escoltados por la banda de música del batallón, los llevaron al patio rodeado de muros.
Camila y Ladislao, sentados uno junto al otro, pudieron despedirse. Ladislao gritó: "Asesínenme a mí sin juicio, pero no a ella, y en estado, ¡miserables!"
Sus palabras fueron acalladas por el redoblar de tambores y la señal de fuego. Cuatro balas terminaron con su vida.
Después se oyeron tres descargas y Camila, herida, se agitó con violencia. Su cuerpo cayó con violencia del banquillo  y una mano quedó señalando el cielo.
Esta historia de amor de inocentes víctimas de intereses políticos se convirtió en el suceso más imperdonable del gobierno de Rosas...Sería el comienzo del fin.

Fuente: Lucía Gálvez, historiadora. Diario "La Nacion".

jueves, 6 de agosto de 2015

CATERINA SFORZA, LA DUQUESA GUERRERA DEL RENACIMIENTO


A finales de 1498, una mujer se encarama a la muralla de la Fortaleza de Ravaldino, en Forli, 300 km al norte de Roma. Las tropas enemigas mantienen como rehenes a sus hijos y han amenazado con matarlos si no depone su actitud, pero ella, imbatible, se señala el pubis y grita: "¡Matadlos si así lo queréis, tengo el instrumento para tener muchos más! Nunca consiguiréis que me rinda". La anécdota parece una leyenda, pero dada la personalidad de su protagonista tiene visos de realidad. Caterina Sforza, es uno de los personajes femeninos más singulares del Renacimiento italiano. No sólo se codeó con los más importantes genios del arte y la cultura de su época, sino que desafió todo convencionalismo, coqueteó con la alquimia y al frente de sus tropas, no dudó enfrentarse a enemigos tan poderosos como los Borgia.
Caterina nació en 1463 en Milán. Sobrina del poderoso Ludovico el Moro, duque de Milán. Fue educada, a pesar de ser hija ilegítima, en el seno de la familia paterna donde se impregnó del espíritu humanista propio de la época. Contaba con sólo 10 años cuando la casaron con un sobrino del papa Sixto IV, veinte años mayor que ella. Aunque su esposo, Girolano Riario, era señor de Imola y Fortli, el matrimonio se instaló en Roma a fin de medrar en la corte papal. Caterina, al tiempo que daba a luz a cinco hijos, no tardó en convertirse en intermediaria entre la corte romana y la milanesa, y adquirir así enorme prestigio.

EL AVISPERO ROMANO
La muerte de Sixto VI puso en riesgo todo lo que la pareja había conquistado en los años anteriores. La eleción del nuevo papa abría la usual disputa entre las familias más poderosas de Italia, que pugnaban por situar a uno de los suyos en el trono de San Pedro.
Pero Caterina no estaba dispuesta a perder su privilegiada situación. Ante la ausencia circunstancial de su esposo y embarazada de siete meses, cruzó a caballo el Tiber y se puso al frente de la guarnición que defendía el castillo de Sant'Angelo. Con ello consiguió que algunos cardenales enemigos se negaran a participar en el cónclave, temerosos de caer bajo su poderosa artillería. Finalmente, se llegó a un acuerdo y Girolano aceptó partir de Roma a cambio de la confirmación de sus señoríos de Imola y Forli, el nombramiento de capitán general de las tropas vaticanas y una indemnización de 8000 ducados.
En su nuevo destino, Caterina tuvo ocasión de demostrar sus dotes políticas. La muerte de su esposo, asesinado por los partidarios del nuevo papa en 1488, la llevó a ejercer de regente durante la minoría de edad de su hijo Ottaviano. De inmediato puso en práctica una serie de medidas que le permitieron ganar las simpatías de sus conciudadanos, bajando los impuestos y logrando la amistad de los Estados vecinos, mediante la concertación de diversas alianzas matrimoniales de sus hijos. Además, llevada por su sempiterna afición a la milicia, se puso al frente de la instrucción militar de su ejército.
Sólo una cuestión la separaba, ya no de sus súbditos, sino de su familia. Pocos meses después del fallecimiento de su esposo, Caterina contrajo matrimonio en secreto. La pasión que sentía por el ambicioso joven hizo flaquear a la siempre invencible Caterina, hasta el punto de que llegó a apartar del gobierno a su hijo Ottaviano, para entregar las riendas del Estado a su esposo y colocar a los parientes de éste al frente de las fortalezas que defendían la ciudad. Su esposo fue asesinado por unos conjurados. En represalia, la viuda hizo masacrar a los partidarios de los asesinos y a sus familias.
Tras la muerte de su segundo marido, contrajo matrimonio con Giovanni de Médecis. Fue este también un enlace desgraciado. Giovanni murió a causa de una neumonía.
Poco después, el papa Borgia, Alejandro VI, declaró su voluntad de incorporar las ciudades de la Romaña, incluídas Imola y Forli, a los Estados Pontificios. LA VALIENTE CATERINA SFORZA NO ESTABA DISPUESTA A CONSENTIRLO.

LA INQUINA DE LOS BORGIA
De inmediato Caterina se dedicó a ampliar su ejército, a mejorar el armamento y a almacenar grandes cantidades de alimentos y miniciones ante un posible asedio de las tropas comandadas por César Borgia, hijo del papa Alejandro.
Tras la caída de Imola y Forli, el Borgia inició el asedio a la fortaleza de Ravaldino. Apoyada por más de un millar de soldados, Caterina dirigió personalmente la resistencia. Rechazó una y otra vez las propuestas de paz de su enemigo aún a costa de la vida de sus propios hijos, como cuenta la leyenda.Tras una serie de terribles combates, las tropas de César Borgia irrumpieron en Ravaldino y Caterina fue hecha prisionera.
Pese a que ella solicitó ponerse bajo la custodia del rey de Francia, Luis XII, César Borgia no quiso, por orgullo y porque Caterina se había convertido en su amante.
César no tardó en enviarla a Roma, después de hacerla sufrir humillaciones de todo tipo. El papa la obligó a permanecer en una villa próxima a Roma. Pero ni todas las atenciones recibidas por parte del pontífice, que insistió en tratar a la prisionera de acuerdo a su rango, lograron domeñar el espíritu rebelde de la Sforza. Después de que fuera descubierto su intento de fuga y habiendo sido acusada de preparar un atentado contra el papa con una serie de cartas envenenadas, la díscola condesa fue internada en el castillo de Sant' Angelo, la fortaleza que defendiera tan ardientemente años atrás.